Original
publicado en:
“El escorpión de jade y otros cuentos”
por M.L. Alvarado y J.A. Villalobos.
EDiNexo,
julio 2016.
Cráter Hohmann |
Mi principal actividad la realizo durante las dos semanas de luz solar en este punto de la Luna (en
realidad 0,5 x 27,5 días). El resto del día lunar, durante mi tiempo
libre, lo paso explorando el cráter y a veces acompaño a Javier; un
amigo que maneja un “rover lunar” como el mío, pero que ya no se
parecen en casi nada a los del Programa Apollo.
Durante la larga, negra y tranquila noche
lunar, de otras dos semanas de duración, invierto muchas horas observando el
cielo con la esperanza de descubrir algo nuevo, un asteroide, un cometa, una
supernova.
¡Algo a lo que podré poner mi nombre!
Es un sueño, pero soñar con base real, es bueno.
Desde luego que los períodos para dormir, reposo, alimentación, estudio y
ejercicio, están programados para todos los que estamos aquí, de acuerdo con el
ciclo de 24 horas de la Tierra, para que nuestra fisiología y salud en general,
no se exponga a grandes alteraciones.
El ejercicio físico intenso, lo hacemos cada tres días, cuando entramos por dos
horas a un dispositivo de gravedad artificial para mantener tonificados
nuestros músculos y huesos.
Como saben, los 1,62 newton/kilogramo del campo gravitatorio lunar, son muy poco comparados con los 9,80
que experimentamos en la Tierra.
En el 2055 la NASA y las demás agencias espaciales, definitivamente se convencieron de que, para regresar a la Luna, con suficiente equipo y establecer los módulos para una colonia; en este caso para construir el telescopio, había que volver a usar una tecnología similar a la del Programa Apolo de la década de 1970.
Se usa una versión muy mejorada del
poderoso cohete Saturno V.
El proyecto SLS y la Nave Espacial Orion se terminaron de diseñar en el 2015,
tuvieron apoyo total y cooperación de varios países y el primer cohete -SLSBlock 1b- se lanzó en el 2057.
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Estamos en el año 2090, faltan exactamente 10 años para el cambio de siglo. Los viajes tripulados a la Luna se reiniciaron hace 25 años. Ya hay dos colonias de terrícolas, una en el cráter Fra Mauro, donde alunizó el módulo lunar Antares de la misión Apollo 14 el 7 de febrero de 1971, y ésta, en la que yo estoy, la encargada del telescopio que solo tiene 13 meses de existencia.
Mis amigos en la Tierra se refieren a este telescopio como “el nuevo telescopio
espacial”, pero yo prefiero llamarlo por su nombre correcto: “Telescopio Lunar Galileo”.
Pues sí, está en el espacio, al igual que lo está El Gran Telescopio de Canarias, en la isla de La Palma, España, solo que este está en la
Tierra, mientras que el que aquí ensamblamos está en la Luna. La diferencia
entre los dos sitios es meramente relativa al tamaño del cuerpo del Sistema
Solar donde está. Por otro lado, el Telescopio
James Webb
que sustituyó al Hubble en el año 2022, si es propiamente
un telescopio espacial, en órbita en el punto L2 del sistema Sol-Tierra.
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Llegué en el segundo viaje a la Luna que alunizó en el Mare Orientale, a tres kilómetros del borde sur del cráter Hohmann. Allí, hace mucho, dos impactos de meteoro de mucho menor tamaño formaron sendos cráteres más pequeños, justamente en el borde, los que estamos modificando como vías de entrada y de salida para el telescopio.
Javier y su rover especializado en remoción de materiales, es parte del
equipo que está modificándolos para habilitar la entrada y la salida de
vehículos lunares más livianos, y así comunicar el amplio Mare Orientale
con el pequeño Hohmann con el sitio de construcción del Telescopio Galileo.
Remover materiales de la superficie lunar no es una tarea difícil o compleja, pero sí de cuidado, porque se quiere mantener muy bajo el grado de contaminación y producir la mínima alteración ambiental de la Luna. Usamos unos potentes “rovers” de cuatro ruedas, alimentados por energía solar, que no producen ningún tipo de gases de escape, pues esto provocaría nubes de polvo lunar que durarían días en asentarse.
Solo se hace una estrecha vía suficiente para que pasen los módulos del
telescopio, no nos preocupa si por evitar algunas rocas grandes, resultan dos o
tres curvas suaves en el camino, que de por sí es corto. Interesa más no
producir una polvareda, con el fino regolito de poca densidad, que cubre el “suelo” del Mare Orientale.
Aunque a ustedes les parezca increíble,
una vez caímos en un pozo de “regolito movedizo” que casi nos traga
vivos a mi amigo y a mí.
El regolito lunar que se encuentra en diferentes sitios del Mare Orientale es algo particular, hay zonas de piedras
del tamaño de palomitas de maíz, semejantes a muestras de lava volcánica,
algunas más finas como la ceniza del Volcán Turrialba, que según me cuentan
cayó en Zapote, San Jose, Costa Rica, en el 2016, hasta un polvo fino semejante
al cemento, pero de color gris muy oscuro.
Un día que acompañaba a Javier,
estacionamos su rover en un sitio para recoger una brillante roca amarillenta
que destacaba notablemente. Ambos descendimos del carrito y para nuestra
sorpresa, casi inmediatamente éste comenzó a hundirse lenta pero
inexorablemente. Era una trampa de fino regolito, que nos mostraba una boca dispuesta
a tragárselo todo, como lo hacen los "gusanos de Dune", justamente a metro y medio de nuestras espaldas.
Supongo que
nos estacionamos sobre algún pozo que se había formado hace miles de años en
el suelo lunar, quizás producido por el impacto de un meteoro que causó un
localizado fallamiento en la corteza y había sido cubierto, sin mala intención
(la naturaleza solo actúa), por una inestable capa de fino regolito.
Nosotros solo nos volvimos para mirar el rover desaparecer en dos minutos y agradecer que estuviéramos parados sobre
un suelo un poco más sólido.
La huella de regolito escurrido llegó justamente hasta la punta de nuestras
botas de astronauta. La superficie se reorganizó un poco y al final, para
alguien que no hubiese vivido el evento, el suelo quedó casi tan parecido como estaba minutos antes.
Ahora, para nosotros, solo quedaba un
problema menor, regresar a pie a nuestra base, a solo dos kilómetros de
distancia. Fue una de las caminatas más extenuantes que he vivido, pues dábamos
pasos lentamente, escudriñando el terreno por el que debíamos pasar, tratando
de pisar sobre suelo firme, para no correr con la misma suerte que “Titanic”.
Ese fue el nombre que Eduardo Smited (¿le suena el nombre?..., pero no… no
son familia), otro compañero "tractorista", le había dado al rover de Javier. ¿Habría
tenido una premonición, o sabía mucho de historia naval?
El problema mayor sería explicarle al jefe que, de alguna
manera, la Luna se había tragado nuestro vehículo. Como testigos solo quedamos
mi amigo y yo, más la curiosa y extraña roca sulfurosa, a la que creo que le debemos
la vida.
¿Será un fragmento de la superficie de Io, desprendido hace miles de millones de años, en
una colisión rasante de un gran meteoro con ese satélite volcánico de Júpiter?
Luego de nuestro accidente se procedió
a hacer una prospección más rigurosa, con análisis sismológico del suelo del Mare
Orientale en las cercanías del Hohmann, para conocer la profundidad,
granulometría y firmeza del regolito.
¿Se imaginan el desastre que ocurriría
si una de nuestras naves descendiera sobre un sitio semejante?
Se verificó una vez más la solidez y
estabilidad del suelo donde se ensamblaría el telescopio.
Han pasado dos lunaciones y ayer, un día antes de la siguiente noche
lunar que se avecina en este “lado lejano de la Luna”, alunizó a 5 km del borde
sur de Hohmann la nave que trae mi rover para movilizar equipo pesado y
delicado.
Viene empacado como piezas de lego en cinco grandes módulos: el
cuerpo, el motor eléctrico y las celdas solares, las cuatro ruedas y un brazo
mecánico semejante al “Canadarm” que usaron los Transbordadores Espaciales de la NASA, a finales de los años
setenta (19..) y luego pasó a la ISS.
Mi trabajo, por ahora, es descargarlo y
ensamblarlo, lo cual no es muy difícil, ya que un cuerpo de 100 kilogramos de
masa en la Tierra, aquí solo “pesa” como la sexta parte, el equivalente a unos
16,2 kilogramos peso en la Tierra. Además, tengo la ayuda de Javier, que
por ahora no tiene vehículo que conducir y se aburre por la cantidad de tiempo
libre que no sabe en que invertir.
Les contaré una historieta algo cómica,
que nos sucedió al colocarle las cuatro ruedas a “Sherathan”, el nombre que le puse a mi vehículo. Una vez que se
deslizó del módulo lunar, colocamos los paneles solares para recargar las
baterías y tener así un poco de potencia para ciertas labores de ensamblaje.
Pues bien, el módulo de las ruedas trae una versión espacial de un gato
mecánico para levantar el extremo de cada eje e insertar la rueda.
Resulta que
el gato venía algo expandido para que trabara y quedara fijo en su
compartimiento, como venía en un Honda 2026 que tuve en la Tierra. Lo usé por
última vez para viajar a Naranjo, el 8 de septiembre de 2033, para visitar a
mis bisabuelos Marie y José, con motivo del cumpleaños setenta de ella.
Aquí les cuento lo cómico del suceso, al tratar de colocar este gato bajo el
eje notamos que no cabía, pues su longitud era más grande que el espacio libre
entre el eje y el suelo lunar.
Y lo que es la vida, a pesar de nuestros meses
de entrenamiento en la escuela de astronautas; sin pensarlo mucho, Javier
y yo con la inapropiada herramienta que teníamos (algo como una pala de
jardinería y la “llave rana”) hicimos lo siguiente. Un agujero en el regolito que, por mala, o
buena suerte, resultó ser un sitio muy compacto. Al cabo de 45 minutos de esfuerzo,
nos pareció que el hueco había alcanzado el tamaño suficiente para acomodar el
gato muy holgadamente, bajo el eje delantero izquierdo.
Queriendo terminar en
corto tiempo iniciamos el palanqueo del gato y éste comenzó a estirarse, pero ¡oh
sorpresa!, llegó tan extendido como se pudo, pero sin alcanzar a topar con el
eje. Por más que manipulamos la palanca, no pudimos elevarlo ni un milímetro
más.
Inmediatamente Javier y yo nos volvimos a ver mudos de la risa y nos
dimos cuenta del error.
No quedó más que volver a rellenar el agujero con
regolito, encoger el gato hasta el mínimo, colocarlo como se esperaba,
estirarlo, levantar el eje y colocar la rueda. Repetimos la maniobra tres veces
más para las otras rueda (¡sin hueco!) y regresamos a la base para finalizar al
día siguiente, antes del largo descanso nocturno de 14 días.
Pero esta vez el reporte fue: “todo normal
jefe”. No contamos lo que realmente sucedió, para evitar ser el hazmerreír de nuestros
compañeros.
Ha pasado un año y qué casualidad, hoy es 17 de noviembre en la Tierra; ¡aquí también, pues por la pequeña diferencia en hora; solo los 1,282 segundos que tarda la luz en viajar de la Tierra a la Luna, se mantiene el mismo calendario y usamos Tiempo Universal Coordinado. Cuando ustedes en la Tierra están de noche y miran hacia acá, nosotros estamos un poco entre la penumbra.
Pues bien, los astrónomos han predicho para hoy a las 21:30 U.T.C. (en la
Tierra) y durante un cortísimo tiempo de 95 minutos, ocurrirá un pico de la
lluvia de meteoros “Leónidas” muy intenso, en realidad una tormenta
de meteoros como la de 1833. Pero con tan mala suerte (para ustedes terrícolas)
que coincide con una extraordinaria luna llena en un perigeo de esos realmente
cercanos.
El cielo en la Tierra estará esta noche de otoño, muy iluminado y
para rematar, la Luna estará a medio camino entre las estrellas Spica de Virgo y Regulus de Leo, como decía jocosamente mi
profesor de mecánica estadística en la U.C.R. “debido a la maldad intrínseca
de las probabilidades”.
Pero cuando llueve en algún lado, no es cierto que llueva para todo el mundo, nosotros estamos disfrutando una oscura noche con sólo un tímido cachito de “Tierra menguante” que se ocultó hace 8 horas. Una noche perfecta para observar cielo profundo, grupos de estrellas, nebulosas, galaxias, y... meteoros.
Se especula que hasta podríamos ver el núcleo del cometa Halley, si usamos un Celestron C8 Schmidt-Cassegrain. Este telescopio se lo obsequió K.M. Jones de Martha´s Vineyard a J.A.V., en 1995 y yo lo traje con mi equipaje personal. Espero conseguir los datos correctos de las coordenadas ecuatoriales (¡lunares!) del cometa; la ascensión recta y la declinación.
C-8
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Realmente la noche está espectacular, a simple vista hemos visto estrellas de magnitud 10, algo imposible desde la Tierra. También “El Pesebre” (M44) en Cancer, el cúmulo globular de Hércules (M13), “El Joyero” (NGC 4755, or Caldwell 94) en Crux, y el cúmulo “Omega Centauri” (NGC 5139) se ven perfectamente, no se necesitan binoculares. Pero dejaremos eso para otro momento, ahora estamos emocionados con la tormenta de las Leónidas.
¿Qué raro, pasan 15 minutos alrededor
de la hora del máximo esperado, y nada?
Entonces Ricardo, aquel amigo
que casi nunca usa los intercomunicadores nos dice:
- Es imposible ver meteoros
desde la Luna, -no hay atmósfera suficiente para producir la compresión de
gases requerida para que se forme la estela luminosa que dejan los meteoros en
la alta atmósfera de la Tierra.
Pues sí pensamos todos, que pifia no
darnos cuenta de esto antes; nos preparamos para nada.
Comenzamos a regresar al interior de la
base cuando sentimos algo así como una leve granizada de las que ocurren en las
altas latitudes de la Tierra al inicio del invierno.
No escuchábamos nada, pero en el liso suelo del cráter Hohmann (liso
como lo ven ustedes), comienzan a formarse algunos cráteres, desde pocos milímetros
de diámetro hasta uno como de 10 centímetros. Algunos en una secuencia
rectilínea, como si fueran producidos por cuerpos que rebotan varias veces, como
haciendo saltos de canguro.
Pues claro, en la Luna no se pueden ver
fácilmente –ni escuchar- meteoros luminosos, no hay “estrellas fugaces”
como en la Tierra, mucho menos “bólidos”.
-Pero sí caen meteoros-, como en cualquier cuerpo del Sistema Solar, y cuando
éstos han llegado al suelo, se ven los “meteoritos”
es decir, el objeto propiamente dicho y, desde luego, los mini cráteres, en este
caso recién nacidos.
Recogimos algunos de los pequeños meteoritos, que no parecen estar
calientes, pues como nos dijo el profe de astronomía, lo que se pone
incandescente en la Tierra son principalmente los gases de la onda de choque
que va delante del meteoro, pero aquí no ocurre nada de eso.
El meteorito más grande que recogimos parecía un conglomerado de rocas y
metal, fue del tamaño de un jocote (2 cm de diámetro), quizás el que produjo un
cráter de unos dos metros -cien veces más grande-.
Pero la gran mayoría eran
como de dos o tres milímetros, algunos de material ferromagnético, que los
distinguimos del regolito, por su efecto en una brújula estándar, que Javier
había traído con la esperanza de poder contradecir al profe, sobre la no existencia
de campo magnético bipolar en la Luna.
Por la gran cantidad de cráteres en
secuencia dedujimos que la tormenta sobre el Hohmann fue bastante
rasante y localizada, Por suerte no tuvimos ningún impacto directo sobre nuestras
personas y el equipo.
Esta vez sí teníamos algo muy bueno que reportar, además de nuestra buena
suerte de no ser blanco de esa ametralladora de meteoroides leoninos, no solo
al jefe, sino a los frustrados astrónomos en la Tierra.
El telescopio, su edificio y otras instalaciones necesarias son modulares, para ensamblarse como un gigantesco “lego”, que finalmente se completará con las conexiones de fibra óptica y electrónicas, más las computadoras y la antena parabólica de la estación de radio para comunicaros con la Tierra.
El “hotel” para los astrónomos, técnico
e ingenieros no estarán dentro del cráter Hohmann.
Los “cimientos” para todo el complejo los
vamos a construir Javier, Ricardo y yo, usando ciertas
características de diseño de los “rovers”. Vamos a preparar una especie de “concreto”
para construir una plataforma, con sólidas columnas de anclaje al suelo lunar,
algo parecido a las torres de soporte de las plataformas
petroleras
fijas, que se construyeron a finales del siglo XX en el Golfo de México.
La
diferencia es que aquí no son de acero, sino de “concreto preparado con
regolito lunar, reforzado con nanotubos de carbono, aglomerados por medio de una resina epóxica especialmente diseñada para este proyecto.
Ahora nosotros estamos haciendo pruebas
-in situ- de la receta preparada en la Tierra, pues hay sus diferencias entre
lo que hicieron ellos en el laboratorio y lo que se hará en la Luna, debido a
las condiciones locales de presión, temperatura, humedad relativa, atmósfera y
gravedad, que afectarán de manera diferente el tiempo de secado y el
endurecimiento de la mezcla.
Ya nos pasó un problema y el secado
rápido nos jugó una mala pasada, dejando atrapadas algunas herramientas en un
bloque cúbico de 25 cm de lado, que quedará a la entrada del complejo, como
recuerdo para los futuros ingenieros y astrónomos. Parece una de esas
esculturas de abolición del ejército, hechas en la Tierra a finales del siglo
XIX.
Dos años después, en el 2092, el Telescopio Lunar Galileo estuvo terminado y operando de manera extraordinaria. Ha sido el instrumento clave en varios descubrimientos y en el reconocimiento de algunas teorías sobre el Sistema Solar y la Galaxia. Muy apreciado por la comunidad científica internacional.
A mí me pasó algo parecido a lo de Milton Humason en 1919, en el Observatorio Monte Wilson.
Como él llegué como chofer y terminé como astrónomo.
Con ese telescopio descubrí el
equivalente a la Nube
de Oort
en Alfa Centauri A, el cometa P/2085F “Marie-Celeste” con período de 1963 años,
y una docena de posibles “enanos” del Sistema Solar que están esperando
más observaciones para ser reconocidos.
Pero lo más raro e interesante sucedió
hace dos semanas.
Después de 78 años de la misión Dart para desviar de su órbita al pequeño
asteroide satélite del sistema binario de 65803 Didymos, este fue el resultado:
El pequeño Dimorphos, de solo 150 metros de diámetro, luego
de la colisión con la sonda Dart, en
setiembre de 2022, sufrió un cambio de órbita “exitoso” y terminó capturado por Selene.
El plano orbital comenzó a precesar hasta estabilizarse a un ángulo de 35
grados respecto a la órbita lunar.
A continuación, un inexorable y fuerte cambio
a una órbita muy excéntrica, con afelio casi más allá de la órbita de Marte y
perihelio ente la Luna y la Tierra, pero sin peligro de colisión con ambas.
Luego ocurrieron dos sobrevuelos rasantes
sobre el Mare Orientale.
La gravedad de la Luna definitivamente se lo había arrebatado a Didymos.
Por un cierto tiempo; “la luna tuvo un “satélite natural”
Durante tres órbitas sobrevoló el Mare Orientale, como sucedió con el Cometa Shoemaker-Levy 9 en 1994, cuando se estrelló contra
Júpiter.
Finalmente, la gravedad lunar ganó el
pulso, y lo que quedaba de Dymorphos colisionó contra la base del cráter
Shakleton en el polo Sur de la Luna (Luz y tinieblas eternas), destruyéndolo completamente. Pero
dejando una meseta de millones de toneladas de hielo prístino.
Un maravilloso, bello e inusual
casquete polar en la Luna.
Creemos que es un fenómeno transitorio,
…¡pero ya lleva nueve meses!
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