lunes, 22 de septiembre de 2014

Ballenas jorobadas en viaje a Isla del Caño

Atendiendo una amable invitación de la arqueóloga Ifigenia Quintanilla, participé en un viaje a la comunidad de Bolas en el cantón de Buenos Aires de Puntarenas y también a Finca Victoria, en Palmar Sur, sitios reconocidos por las monumentales esferas de piedra de nuestro país, un rico tesoro escultórico legado por los indígenas que poblaron una amplia región en la llamada zona sur de Costa Rica.

En realidad, el participante más importante de esta expedición, además de la arqueóloga, fue el fotógrafo profesional Diego Matarrita, quién produjo extraordinarios documentos fotográficos del paisaje que complementa los sitios arqueológicos, incluyendo la estribaciones de la Cordillera de Talamanca, la Sierra Costeña, el Río Sierpe, su extenso manglar, la Isla del Caño y desde luego, la parte de Océano Pacífico entre aquella y la siempre excitante y a veces llena de sorpresas “boca del Sierpe”, para salir al mar.


La cómoda lancha que nos transportó estuvo a cargo de la experta capitanía de “Coco”, un residente de Sierpe que está construyendo lo que será una de las mejores marinas en ese río.
Ahora les contaré mi experiencia con la “ballena jorobada” o “yubarta” (Megaptera novaeangliae), que según los expertos, es la especie de cetáceo que acostumbra pasar dos temporadas en las costas del Océano Pacífico de Costa Rica, de marzo a abril y de julio a octubre, para aparearse y tener sus ballenatos.


Nos explicaba “Coco” que cuando la madre ballena nada con el ballenato, siempre se mantiene muy cerca de éste, para protegerlo y por eso sus períodos de inmersión son cortos, unos tres minutos, ya que el ballenato aún no tiene sus pulmones a toda su capacidad. Además las distancias que recorren bajo el agua son cortas, lo que facilita un poco la observación, pues reaparecen en la cercanía de la  última inmersión. Esto no sucede así cuando se trata de adultos en “cortejo”, para los cuales el tiempo y la distancia entre una aparición y otra son mayores y es cuando se dan los saltos fuera del agua y colasos contra la superficie. Recuerde que para no producir ninguna situación estresante a estos mamíferos, la distancia mínima de observación debe ser unos 50 m y como es lógico, no acosarlos rodeándolos de embarcaciones.


Bueno mi aporte en realidad son solo algunas fotos, tomadas con lo que de momento tuve a la mano, entre el bamboleo de la lancha detenida, que de paso me mareó un poco. Usé enfoque automático, disparo sencillo, algunas con modo paisaje y otras macro. Supongo que algunos de ustedes con mejores  conocimientos fotográficos, experiencia y equipo podría sacar mejor provecho; con el ISO apropiado, lente de distancia focal conveniente para la toma que quiere, exposiciones múltiples, reductor de vibración, etc. Pero le cuento, algunos compañeros obtuvieron muy buenas imágenes, con la cámara de un teléfono celular.


“Coco” nos dio un paseo alrededor de la isla, manteniendo la distancia prudente que la experiencia indica, para quedar alejado de las rocas y para evitar que una ola, nos tire de lado hacia ellas. Pudimos observar más de diez hermosas cascadas, casi por todos los lados de la isla, que es como una especie de rectángulo. Supongo que estas cascadas se mantienen gracias a la fuerte precipitación de lluvia, que crea depósitos de agua en la superficie y provee la requerida para las nacientes que se mantienen todo el año. Esta condición de tener agua potable y la fertilidad del suelo, hizo que la isla fuera habitada por nuestros aborígenes durante muchos años.


He estado en la Isla del Caño en cuatro oportunidades anteriores, en 1992 y 1993 cuando trabajaba en el Colegio Country Day, cuyos propietarios tenían lancha y un sitio en la costa, cercano a San Pedrillo. También en 1998 y 1999, cuando trabajé en la sede de la Universidad de Costa Rica, en Liberia, Guanacaste; el profesor Jorge Moya, que es biólogo, me invitaba a las giras del grupo de “Turismo ecológico”. Nos hospedábamos durante tres días en “Marenco”.
Es muy interesante, hacer “snorkeling” entre las rocas que quedan despejadas, durante la marea baja, aunque sea solo chapotear en agua de 50 cm de profundidad. No olvide usar una gorra y dejarse una camisa para protegerse la espalda, pues la emoción del variado número de pececitos de colores y otros “bichitos” marinos podría distraerlo mucho y entonces pagar caro su entretenimiento con una fuerte quemada de sol.


El embarque y el desembarque en la isla siempre tiene su emoción y peligro, que se supera con un poco de pericia y cuidado, pero sin miedo. Simplemente siga las instrucciones del capitán y cuando arrime la lacha “de trasero” descienda o ascienda rápidamente, especialmente si el oleaje es un poco fuerte.
El servicio de guarda-parques cobra una entrada personal y un “derecho de  atraque” para la embarcación. Se requiere una lista previa al menos del número de personas, que debe negociarse antes con el operador del tour. Se paga en Sierpe.


Me sorprendió que esta vez no hubiera autorización (permiso) para caminar por el sendero y llegar hasta un sitio arqueológico que está arriba en la plataforma casi plana de la isla. Sí la pude visitarla en las cuatro veces anteriores, la vegetación es muy interesante. Mi tocayo “José Villalobos”, el guarda-parque de turno nos dijo que el sendero está en reparación (¡pero creo que lleva mucho tiempo, como muchas cosas en Costa Rica!)
Y aunque usted no lo crea, no hay servicios sanitarios, ni siquiera para ellos.
Creerá el Ministerio encargado de estos sitios, que tiene el derecho de mantener trabajadores bajo esas condiciones sanitarias totalmente inapropiadas; está infringiendo la ley civil y humana.

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