sábado, 21 de junio de 2014

Faltó pegamento, sobró betún y le hicimos orejas


¿Por qué coloqué esta entrada aquí?
Cuando terminé el borrador, me pareció que las tres anécdotas eran como una historieta.
Quizás no, mejor léalo usted y decida.

Para el final de los años ochenta, la divulgación de eventos astronómicos, a cargo de  Azofeifa-Sáenz-Villalobos era bien conocida, tanto en la Escuela de Física, la U.C.R. y más o menos en el país.
11 de julio de 1991.
Eclipse total de Sol.
Finca "El Escarbadero",
Belén, Guanacaste. Con Adrián Solano.




No recuerdo si alguno de los otros dos compañeros, u otro físico con influencia en la rectoría y la oficina de presupuesto, logró que se comprara un telescopio Celestron C-11, pero yo no.
El C-11 tenía una montura ecuatorial con sus engranajes y motor (una vuelta en 24 horas) para el eje de ascensión recta. El motor y los piñones estaban  dentro de un pesado cilindro de hierro, como una "tapa de dulce" multiplicado por cuatro. A los costados de esta estructura se sujetaban sendos “tenedores”, que permitían ya en el campo, deslizar con cuidado y con cierta pericia, el tambor que contenía la óptica (Scmidth Cassegraniana) del C-11. H
abía que levantarlo por encima de los extremos del tenedor, para dejarlo en su lugar y finalmente asegurarlo con cuatro tornillos más. Estos tenedores los armamos en la Escuela, quizás solo unas dos o tres veces, pues normalmente toda la estructura se transportaba ya lista.
La "OTA" del C-11 se transportaba dentro de un gran “cofre de pirata” hecho de un cartón grueso, pero reforzado en todas sus aristas con lámina metálica. Siempre lo llevábamos en el asiento trasero de nuestros vehículos, para evitar que los espejos perdieran la colimación debido a las vibraciones que sufriría en el viaje.

La cuña era una fea y pesada estructura de hierro colado, con un plano inclinado que supuestamente se ajustaba para lograr el ángulo de elevación correcto y así alinear con Polaris (la estrella cercana al polo geográfico). Yo la llamába “el chorreador” (de café). El alineamiento se debe hacer para tener paralelo el eje de rotación de la Tierra (no el eje del dipolo magnético), con el eje de ascensión recta del telescopio.

Y aquí viene lo de “la orejas”. Resulta que como la empresa Celestron casi no vendía telescopios para latitudes cercanas al ecuador (al menos eso dijeron), entonces no fabricaban el modelo de cuña que permitía llegar cerca de los 10° de declinación que requerimos en Costa Rica. Recuerde que la altitud del polo geográfico es igual a la latitud geográfica del observador, esto lo puede deducir por simple geometría de triángulos. A lo mejor ya se imagina que sucedió. Pues sí, de nuevo el taller de la Escuela de Física se ingenió una extensión para la cuña (la llamamos “orejas”) y así lograr  llegarle al ángulo requerido para el alineamiento polar.

Si usted se pregunta por qué no usábamos el pequeño telescopio a lo largo del eje polar, con “mira” y círculos iluminados, o GPS, para hacer la alineación, la respuesta es muy simple, -no estaban diseñados o inventados-, hace 25 años.

Todo esto había que colocarlo, por partes (por suerte), sobre un rígido y pesado trípode de hierro, cuya pata marcada “N” debía apuntar hacia el “norte geográfico”. Su plataforma debe estar horizontal, para que la cuña logre mantener la alineación y el seguimiento de manera satisfactoria, durante un período de observación, eso lo comprobábamos con un nivel de albañil. Cuando esto no se hace, el eje de declinación, que en este telescopio es manual, sin motor, entonces rápidamente pierde el ajuste.

Subir el C-11 a la azotea (sexto nivel) del edificio F-M, por la escalera de caracol y pasar por la pequeña "tranquera" rectangular en el techo, no era simple. Ésta se mantenía cerrada y bajo llave, para evitar que el agua de lluvia penetrara al edificio. Se requería tiempo, esfuerzo y un poco de motivación para decidir observar allí, además de lidiar con la nubosidad, la contaminación lumínica de la U y a veces, algunos aromas que salían por los tubos ventilación.
Sin embargo llevamos estudiantes a la azotea, en muchas oportunidades, tanto del curso de Fundamentos de Astronomía, como de los “Cursos Libres”. Siempre nos ayudaron como hábiles y diligentes porteadores.
Bueno falta algo más, la vieja cajita de un secador de pelo, que contenía la óptica menuda; una diagonal, los únicos dos oculares de 1,25", que teníamos (25 mm y 18 mm), un anticuado “barlow” que apareció por ahí y algunas herramientas menores.
Por último, 20 m de una extensión eléctrica, porque el motor del C-11 era de 110V. Comparado con un telescopio de este año, creo que diría que ese C-11 era “todo un dinosaurio de mucho aguante”.

Para mirar el sol había un filtro solar pequeño (fuera del eje por el diseño del telescopio), bastante satisfactorio, por ejemplo para observar las fases parciales del eclipse total de Sol del 11 julio de 1991.
Por ser de 110 voltios y no de batería nos daba cierto problema, por ejemplo muchas veces alguien sin querer pisaba el cable y nos dejaba sin seguimiento. En el campo, sin electricidad y a veces con una fila de más de 50 personas queriendo observar (digamos unos 30 segundos cada uno), había que estar corrigiendo el encuadre con muchísima frecuencia. Además de las consabidas bromas que, sin embargo, nos ayudaban a tener un ambiente más relajado, cuando nos miraban conectando la electricidad decían: “ya van a conectar el proyector de dispositivas”. Finalmente, en este siglo, Eric Sánchez le adaptó una batería recargable de 12 voltios y un inversor.

Ahora pasaré a lo del pegamento.
Yo tenía una oficina (301) muy amplia, que me dejó el profesor Javier Soley cuando se cansó de la óptica experimental. El telescopio pasaba allí totalmente armado, como estrategia para combatir la humedad. Al principio era una novedad entre los profesores de la Escuela, casi todos pasaron a verlo. Resulta que una vez se acercó el profesor Guy de Teramond, tocó el espejo secundario, que en los Cassegranianos está en el centro de la lente correctora. El realidad el espejo secundario está hacia adentro, lo que tocó Guy y además lo hizo girar fue el cilindro protector delantero y dijo: “!Ah, da vueltas!”.
Supuestamente debería estar fijo en una posición especial establecida durante la colimación en la fábrica, pero en los meses antes del eclipse, seguro la demanda y las ventas de equipo tenían prioridad sobre control de calidad. Quizás esa pieza era circularmente simétrica y funcionaba en cualquier posición, eso no lo sé, pero se podía salir, caerse y quebrarse. Ninguno de los tres (Azofeifa-Sáenz-Villalobos) teníamos experiencia, así que remitimos el telescopio (OTA) a California para que lo colimaran.
A lo mejor solo le pusieron goma y nos lo devolvieron.


El episodio del betún, sucedió años después, creo que ya en este siglo, yo estaba pensionado, pero continuaba en contacto estrecho con el grupo de astronomía de la UCR.
El C-11 seguía en uso y como era de la Escuela, si un profesor lo solicitaba por unos días, podía llevárselo en préstamo. Ahora creo que está en préstamo indefinido al Planetario.

¿Ya no observan los estudiantes de Fundamentos de Astronomía?

Pues bien, se dio la ocasión de que alguien recibió la visita de un astrónomo alemán y quería usar el telescopio para observar algún objeto astronómico, desde nuestro casi siempre nublado cielo de San José.
Trate usted de hacer al menos el ejercicio mental de poner y quitar la OTA  en el tenedor, por primera vez y quizás a oscuras. Es incómodo y nada simple, seguro con mucha “prueba y error”.

Bueno, a los días Daniel, Alejandro y yo volvimos a usar el telescopio, pero al montar la óptica en los tenedores nos quedó en las manos una especie de betún negro (del color del tubo) y luego notamos unos pequeños rayones en la superficie cilíndrica.
Lo que le pasó al C-11 se lo dejo a su imaginación y/o picardía.