Es una muestra que reúne obras de artistas de diferentes generaciones que innovaron, transgredieron y rompieron las formas usuales de representar la realidad costarricense; haciendo visibles asuntos culturales, sociales, económicos y políticos que habían sido invisibilizados históricamente (sic.)
Relacionada con esta exhibición, se está desarrollando durante la segunda y tercera semana de febrero, el taller interdisciplinario Hilos invisibles, al cual estoy asistiendo.
Les cuento que en las primeras dos reuniones encontré algo totalmente inesperado, pero muy agradable:
- Escuchamos a "Benjamín", un fotógrafo ambulante y caminamos con él a los sitios donde ofrece sus servicios profesionales. Entramos a cafeterías, restaurantes, sodas y bares. Algunos nos atrevimos a tomar fotos (respetando a clientes y solicitando permiso primero), yo hasta conversé con dos o tres, algunos al vernos con cámaras fotográficas pensaron que éramos turistas extranjeros.
Es muy interesante analizar la actividad de clientes y empleados que se encuentran en esos sitios, de 12 a 12. De seguro pasamos y los vemos, pero no los miramos, "son invisibles", o así los tratamos, no nos detenemos a meditar sobre los cuentos, historias o historietas que hay dentro de cada uno de ellos. - Salimos con "María", una muchacha de unos treinta años, creo que nació en el campo y se vino a trabajar a la capital hace unos 8 años. Ha desempeñado diversos trabajos, en un hotel, cuidando niños, vendiendo artículos por la avenida y entregando volantes (!volanteando!). Tiene un conocimiento literario, mucho superior a un universitario promedio.
Por su actividad, María conoce y recuerda con cariño varios sitios de San José: el roble sabana en la esquina del Museo de Oro, la Plaza de la Cultura y sus palomas, la fuente del reloj que no da la hora, las ventanas de la Universal, la esquina del Parque Central frente al Melico, los pericos, los faroles, los músicos de hierro, la rotonda frente a Radio María, el pasaje entre La Españolita y la Armería Polini, la antigua esquina de "Monumental", la reunión de tertulianos al sur del Banco Central, la venta de flores frente al Banco de Costa Rica y la esquina sureste del Mercado Central.
A todos esos sitios acompañamos a María, mientras ella con un megáfono regalaba la lectura de poesía y trozos de cuentos a quienes circulaban por allí, entre 3 y 4 de la tarde. Nosotros (15 participantes) colaboramos "volanteando" fragmentos literarios a esos "invisibles" que se nos cruzaban en el camino, algunos se detuvieron a escuchar, otros lo recibieron y siguieron, tres o cuatro preguntaron ¿qué es eso?, y unos cinco no lo aceptaron.
Quizás se interese por alguno de los invisibles que se crucen en su camino, y hasta pueda visualizar algunos hilos, como estos tres que yo me imaginé.
Gracias a esos invisibles, que sin o con su permiso, tuvieron la amabilidad de aceptar mi fotografía y permitirme imaginar algo más de lo que veo solamente con mis ojos.
La espera (1)
¿Por qué tarda tanto?
Juan Martínez tiene 19 años, no terminó el colegio y
de momento no tiene trabajo.
Sus padres le dan una módica suma de dinero, a veces,
y le compran ropa. Su comida y dormida la tiene asegurada en su casa, en Guadalupe,
cerca del cementerio.
Tiene una novia que vive en Aserrí, es mayor que él,
26 años y trabaja en la Librería Francófona. Sale del trabajo a las 4:55 de la
tarde y Juan la espera cerca del Teatro Nacional, lunes, miércoles y viernes.
Juan viaja en bus desde su casa y a veces hace el recorrido caminando, hasta el centro de San José. Llega a las 2:15 de la tarde y desde esa hora, hasta el encuentro con Yessennia, camina tres veces la avenida central, desde el antiguo Cine Capri hasta el Mercado, deteniéndose en casi todas la ventanas de las tiendas a uno y otro lado de la avenida. De vez en cuando, si ya ha visto un artículo que le interesa y ha ahorrado el dinero para comprarlo, lo hace.
Le fascinan los juegos de video, en su casa tiene un PlayStation y eso que está leyendo son las descripciones de los personajes de "Mortal Combat 13". Pero este juego no lo compró él, se lo regaló Yessennia el viernes anterior, porque cumplió años.
Juan viaja en bus desde su casa y a veces hace el recorrido caminando, hasta el centro de San José. Llega a las 2:15 de la tarde y desde esa hora, hasta el encuentro con Yessennia, camina tres veces la avenida central, desde el antiguo Cine Capri hasta el Mercado, deteniéndose en casi todas la ventanas de las tiendas a uno y otro lado de la avenida. De vez en cuando, si ya ha visto un artículo que le interesa y ha ahorrado el dinero para comprarlo, lo hace.
Le fascinan los juegos de video, en su casa tiene un PlayStation y eso que está leyendo son las descripciones de los personajes de "Mortal Combat 13". Pero este juego no lo compró él, se lo regaló Yessennia el viernes anterior, porque cumplió años.
Lo vemos absorto en la lectura, casi no respira ni
pestañea, no mira hacia ningún lado más que hacia el CD, no escucha los gritos
de las vendedoras de “claro” ni de “colbi”, ni el revoloteo de las palomas, ni a
los vendedores de maíz.
No percibe las finas gotas de la primera lluvia del año, ni el olor a orines que dejaron los que pasan la noche deambulando por la avenida 2 y los alrededores del Gran Hotel Costa Rica.
No percibe las finas gotas de la primera lluvia del año, ni el olor a orines que dejaron los que pasan la noche deambulando por la avenida 2 y los alrededores del Gran Hotel Costa Rica.
Son las 15:54 del lunes 9 de noviembre, ha leído cinco
veces de corrido la descripción del juego, en español y en portugués y se ha
entretenido dos veces siguiendo los símbolos chinos. Solo interrumpe su lectura
metódicamente cada 7 minutos, mira el reloj y saca la cuenta del tiempo que le
falta para encontrase con Yessennia; en este momento: 1 hora y seis minutos.
¿A dónde irán después de las 5 de la tarde? Siempre ha
sido, por cuatro meses, a la parada de Aserrí, pero hoy Juan tiene la
corazonada que será a otro lado.
Bueno, a la hora que tomé la foto quizás ninguno de
los tres lo sabemos.
¿Quién es Silvia?
Para los amigos soy sólo Silvia, tengo 67 años y 9 meses, bueno los meses no son de embarazo, a mi edad ya no
se puede.
Vengo aquí, al Bar La Moderna, martes, jueves y sábado, de 2:30 a 6:45, casi
siempre sola, pero tengo el récord de que a las 3:05 ya he tenido un compañero de mesa. Sólo acepto “terceraedades” igual que
yo, de vez perdida un pollito “cosposón”
de 40. Prefiero a los ticos que a los extranjeros, aunque si he tenido
acompañantes “gringos”, “mesies” y sólo una vez un "chinito mandalín".
Nunca un centroamericano, pero si muchos suramericanos, “chees” y “mapuches”.
Durante las más de cuatro horas que paso aquí en “La
Moderna”, me tomo cinco cervezas Imperial y como unas 10 “bocas”, pero nunca he
pagado una sola, me invitan los compas, y en los días malos el patrón del bar
me invita, -pero solo una- y con boca de lengua.
Conozco a Benjamín, lo he visto una que otra vez, pero
nunca me ha tomado una foto en cambio a usted más bien se la pedí, porque me
cayó bien, parece que sos un roquillo pura vida.
¿Lo veré de nuevo aquí otro día?
¿Lo veré de nuevo aquí otro día?
¿Qué hago aquí, cuál es mi trabajo?
Pues soy una acompañante; proporciono conversación agradable, excepto política, religión y fútbol.
Pues soy una acompañante; proporciono conversación agradable, excepto política, religión y fútbol.
Hablamos del costo de la vida, de la moda, música, noticias interesantes, chistes de “Abelito” y de “Luisito”, que siempre están muy sabrosos y
creativos, pues nunca les falta una metida de pata.
La compañía es
mutua, pues vivo sola, tuve un compañero y una hija de 32, pero ella está
con su papá, por lo que yo, a veces, también soy como un acompañante para mi misma; si estoy algo "depre" supongo
que coloco mi rótulo imaginario viendo pa’dentro, pal'gasto.
Así que mi lema puede ser “yo te acompaño y tú me acompañas”, no recibo dinero, pero tú pagas
el consumo. Tengo una pensión, con la que pago casa y me compro los chuicas, los tiliches
para la cara y pago los pases.
Si vienes otro día, recuerda m-k-s (¿metro-kilogramo-segundo?, me hizo gracia la alusión al sistema de unidades), aquí me
encuentras, bueno seguro que será solo para la foto, porque si llegas tarde como hoy, después de las 3:15, ya yo tengo un compañero.
Recuerda: -sólo Silvia-.
Sexo no..., bueno quizás sí una vez al año, o antes si
hay peligro de muerte.
La espera (2)
¿Cuántas más igual que ella?
¿Cuántas más igual que ella?
Son las lindas saloneras
de bares, restaurantes, sodas y cafés, que hay en San José (en Costa Rica y en
todos los pueblos del mundo).
Todas novias cotidianas de la vida, hijas, madres y hermanas, solteras y
casadas, hay de todo, pero en su mayoría “jefas de su casas”.
Ella es Elena Villalobos y trabaja la jornada de 2 de
la tarde a 10 de la noche (hasta que cierran), en la Soda El Parque.
Tiene 35 años, es de contextura mediana, como me gustaban hace 40 años. Se mueve con gracia entre
las mesas, recogiendo “las órdenes” y
llevando “los pedidos” a los
clientes. Siempre luciendo impecable su uniforme: pantalón y chaleco negro,
blusa blanca, lápiz y libreta en su mano derecha, un azafate en la izquierda, siempre con
una sonrisa, enmarcada en un bello rostro, que ha madurado con los años, como
el mejor vino chileno.
A todo los recibe con “buenas tarde amor, qué le servimos, el especial de hoy es…”.
Solo que Luis, un “terceraedad” muy tradicional y asiduo cliente, antes de que termine corta su discurso y le responde “lo mismo mi amor”, y ella sabe exactamente lo que es: una mora en leche y medio arroz con pollo, que ya el cocinero también se lo sabe de memoria y lo tiene listo a las 3:30, para que Elena se lo sirva a las 3:32.
Solo que Luis, un “terceraedad” muy tradicional y asiduo cliente, antes de que termine corta su discurso y le responde “lo mismo mi amor”, y ella sabe exactamente lo que es: una mora en leche y medio arroz con pollo, que ya el cocinero también se lo sabe de memoria y lo tiene listo a las 3:30, para que Elena se lo sirva a las 3:32.
Elena es inteligente, amable y culta, que no es lo
mismo que alto grado de escolaridad, eso se le nota. Tiene capacidad para conversar, -solo un
poquito- dice, porque el patrón no lo permite. Puede hablar sobre temas de actualidad y si no conoce alguno, muestra su radiante
sonrisa de labios rojos y dientes perlados, moviendo su cabeza con la sapiencia de un búho, con eso me basta.
Se salió del colegio cuando estaba en noveno, pero
ahora, se mantiene al día porque lee el periódico, aunque no ve tele, no le gusta. Siempre ayuda
con la tarea a su hija Laura que está en séptimo en el Colegio Superior de
Señoritas.
A propósito aquí viene Laura, que todos los días al
salir del “seño” y camino a la parada
de “Lomas” en la “Coca Cola”, pasa a la soda para irse “con tanque lleno” a estudiar y hacer
tareas en su casa.
Yo miré a Elena durante cinco minutos, anduve por ahí
con mi cámara buscando una imagen que no lograba encontrar, entonces le pregunté si podía tomarle una foto, a lo
cual accedió entre emoción, inicio de amistad y duda.
Cuando me retiraba, me dijo de lejos: “bueno amor, venga un día de estos, siempre
estaremos aquí para servirle, pase a tomarse un cafecito y a comerse un buen
zánguche”.
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