Nada hay más peligroso que emitir opiniones o,
aún peor, tomar decisiones,
cuando se es ignorante acerca del tema que se trate.
Sobre todo cuando el pensamiento propio está condicionado por la influencia de determinadas corrientes que se denominan ‘en blanco y negro’, o sea, que todo lo contrapuesto es falso y lo propio es cierto.
Esto lo vemos más frecuentemente de lo necesario, sobre
todo en políticos y periodistas, pero con la explosión descontrolada de las
comunicaciones a través de internet, ahora cualquier hijo de vecino puede
expresar lo que se le antoje, en el tono que mejor le parezca, y sin la menor
vergüenza por demostrar su ignorancia.
Y cuando las expresiones, además de ignorantes, o al menos
desconocedoras de las circunstancias o contextos, se fundamentan en el
fanatismo irracional de ciertas corrientes de pensamiento, el resultado es
catastróficamente ridículo.
Gerardo Castillo Ceballo señalaba en una nota de su autoría
lo siguiente: Para Platón, la ignorancia es una enfermedad del alma (Timeo:
86-bc). El pedagogo estadounidense Amos Bronson afirma que «la enfermedad del
ignorante es ignorar su propia ignorancia».
Aristóteles decía que «el ignorante afirma, mientras que el
sabio duda y reflexiona». Pero no todas las ignorancias son síntoma de
enfermedad. Existe una ignorancia «sabia»: la de quien «sabe que no sabe». A
ella se refería Benjamín Disraelí con estas palabras: «Ser consciente de la
propia ignorancia es un gran paso hacia el saber».
La gran paradoja de la actual sociedad del conocimiento es
que este mal está en auge. La ignorancia debería ser un estímulo para el saber,
pero, para ello, se requiere ser consciente de ella. Quienes no lo son tienden
a hablar de todo y a no escuchar. Por eso se ha dicho que la ignorancia es muy
atrevida.
Preguntado por cuál es la enfermedad de nuestro tiempo, el
filósofo Emilio Lledó contesta lo siguiente: «La ignorancia, y quizás también
la poca reflexión y el descuido del lenguaje. Pero sobre todo la ignorancia y
lo atrevida que es. Esto lo observo en determinados políticos. Es como si el
poder les diera la facultad de hacer y decir cualquier cosa, aun sin tener la
menor idea de lo que están haciendo y diciendo».
Las tecnologías de la Sociedad del Conocimiento no nos
invitan a la reflexión, sino a acumular un exceso de datos que nos intoxican,
impidiéndonos así discriminar entre lo necesario y lo superfluo. Los saberes
pensados son sustituidos por los saberes sin pensamiento. Nos estamos
conformando con conocimientos parciales, desgajados de una sabiduría integral,
quizá porque el modelo que nos proponen no es el del sabio y el hombre culto,
sino el del experto a quien interesa solamente el saber productivo.
Daniel Innerarity sostiene que la actual sociedad de la
ignorancia proviene del tipo de conocimiento que subyace de forma subliminal en
la utopía de la Sociedad del Conocimiento. «El conocimiento a través de la
razón, que debería proporcionarnos una mejor y más completa comprensión de la
realidad, disminuye. Las mismas tecnologías que hoy articulan nuestro mundo y
permiten acumular saber nos están convirtiendo en individuos cada vez más
ignorantes».
Todos hemos de ser conscientes de en qué momentos estamos
hablando desde la ignorancia. Este defecto se suele atribuir a algunos
«tertulianos» y a muchos políticos que hablan de todo. En los pocos casos que
admiten preguntas del público contestan en tono categórico y casi nunca
contestan: «Esto lo tengo que pensar mejor. Mañana seguimos hablando». Esa
respuesta, lejos de restar autoridad moral, la otorga. «La verdadera sabiduría
está en reconocer la propia ignorancia». (Sócrates).
¿Por qué muchas personas opinan de todo sin tener ni idea?
La respuesta es el ‘efecto Dunning-Kruger’. Estos investigadores (David y
Justín) concluyeron que «cuanto menos sabemos, más creemos saber». Es un sesgo
cognitivo según el cual, las personas con menos capacidades y conocimientos
tienden a sobreestimar esas mismas capacidades y conocimientos. Quienes padecen
el ‘efecto Dunning-Kruger’ no se limitan a dar una opinión ni a sugerir, sino
que intentan imponer sus ideas, como si fueran verdades absolutas, haciendo
pasar a los demás por ignorantes.
La sociedad de la información la signan las tecnologías de
la información y de la comunicación, las cuales juegan un rol importante ante
las nuevas realidades que viven las instituciones en lo concerniente a las
actividades de docencia, extensión, investigación y gestión; (y) con relación a
su posibilidad y capacidad de almacenar, transformar, acceder y difundir
información, donde el talento humano es factor fundamental, para el cual se
deben promover procesos de aprendizaje permanente que permitan modificar los
hábitos de trabajo y conduzcan a enfrentar con éxito los desafíos presentes y
futuros.
En cambio, los reduccionismos y determinismos tecnológicos
que fundamentan este proyecto conducen a una especie de totalitarismo
tecnológico que más allá del uso instrumental de ciertas tecnologías para
ejercer controles policivos tanto en el mundo presencial como en el virtual, se
refiere a la imposición de un modelo único de tecnologías de la comunicación e
información (TIC) y a la generación de un modelo de producción de
subjetividades tecnológicas.
Por último, en la sociedad de la información, la acción
comunicativa y el conjunto de los medios de comunicación de masas (los media)
adquieren un renovado papel decisivo en el proceso de construcción del poder.
Puesto que los discursos se generan, difunden, debaten, internalizan e
incorporan a la acción humana, en el ámbito de la comunicación socializada en
torno a las redes locales-globales de comunicación, las redes de comunicación y
nuestra actuación en y a partir de ellas, resultará clave en la definición de
las relaciones de poder en nuestros días.
Según lo anterior, se puede afirmar que la sociedad de la
información ha ocasionado una dependencia tecnológica en las personas, las
cuales han transformado su naturaleza y ha provocado una fuerte subordinación,
así como un cambio de hábitos en la vida diaria del ser humano. Esto ha
derivado en la aparición de una nueva cultura informática que no respeta
fronteras y conduce a un mundo diferente e informado con la incorporación de
las TIC y su principal insumo: la información, integrada a la vida cotidiana y
generadora de poder.
Finalmente, la tecnología actual nos permite expresar toda
clase de barbaridades, absurdos, sesgos e incluso ofensas e insultos hacia
otras personas, amparándose en nombres falsos, lo cual es la bajeza más
rastrera de todas las que utiliza el ignorante, pues, consciente de su
debilidad, teme quedar en evidencia y para ello se oculta.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría