viernes, 24 de mayo de 2024

El peligro de la ignorancia en la sociedad del conocimiento, por *Alfonso J. Palacios Echeverría*

 OPINIÓN  

Nada hay más peligroso que emitir opiniones o,
aún peor, t
omar decisiones,
cuando se es ignorante acerca del tema que se trate

Sobre todo cuando el pensamiento propio está condicionado por la influencia de determinadas corrientes que se denominan ‘en blanco y negro’, o sea, que todo lo contrapuesto es falso y lo propio es cierto.

Esto lo vemos más frecuentemente de lo necesario, sobre todo en políticos y periodistas, pero con la explosión descontrolada de las comunicaciones a través de internet, ahora cualquier hijo de vecino puede expresar lo que se le antoje, en el tono que mejor le parezca, y sin la menor vergüenza por demostrar su ignorancia.

Y cuando las expresiones, además de ignorantes, o al menos desconocedoras de las circunstancias o contextos, se fundamentan en el fanatismo irracional de ciertas corrientes de pensamiento, el resultado es catastróficamente ridículo.

Gerardo Castillo Ceballo señalaba en una nota de su autoría lo siguiente: Para Platón, la ignorancia es una enfermedad del alma (Timeo: 86-bc). El pedagogo estadounidense Amos Bronson afirma que «la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia».

Aristóteles decía que «el ignorante afirma, mientras que el sabio duda y reflexiona». Pero no todas las ignorancias son síntoma de enfermedad. Existe una ignorancia «sabia»: la de quien «sabe que no sabe». A ella se refería Benjamín Disraelí con estas palabras: «Ser consciente de la propia ignorancia es un gran paso hacia el saber».

La gran paradoja de la actual sociedad del conocimiento es que este mal está en auge. La ignorancia debería ser un estímulo para el saber, pero, para ello, se requiere ser consciente de ella. Quienes no lo son tienden a hablar de todo y a no escuchar. Por eso se ha dicho que la ignorancia es muy atrevida.

Preguntado por cuál es la enfermedad de nuestro tiempo, el filósofo Emilio Lledó contesta lo siguiente: «La ignorancia, y quizás también la poca reflexión y el descuido del lenguaje. Pero sobre todo la ignorancia y lo atrevida que es. Esto lo observo en determinados políticos. Es como si el poder les diera la facultad de hacer y decir cualquier cosa, aun sin tener la menor idea de lo que están haciendo y diciendo».

Las tecnologías de la Sociedad del Conocimiento no nos invitan a la reflexión, sino a acumular un exceso de datos que nos intoxican, impidiéndonos así discriminar entre lo necesario y lo superfluo. Los saberes pensados son sustituidos por los saberes sin pensamiento. Nos estamos conformando con conocimientos parciales, desgajados de una sabiduría integral, quizá porque el modelo que nos proponen no es el del sabio y el hombre culto, sino el del experto a quien interesa solamente el saber productivo.

Daniel Innerarity sostiene que la actual sociedad de la ignorancia proviene del tipo de conocimiento que subyace de forma subliminal en la utopía de la Sociedad del Conocimiento. «El conocimiento a través de la razón, que debería proporcionarnos una mejor y más completa comprensión de la realidad, disminuye. Las mismas tecnologías que hoy articulan nuestro mundo y permiten acumular saber nos están convirtiendo en individuos cada vez más ignorantes».

Todos hemos de ser conscientes de en qué momentos estamos hablando desde la ignorancia. Este defecto se suele atribuir a algunos «tertulianos» y a muchos políticos que hablan de todo. En los pocos casos que admiten preguntas del público contestan en tono categórico y casi nunca contestan: «Esto lo tengo que pensar mejor. Mañana seguimos hablando». Esa respuesta, lejos de restar autoridad moral, la otorga. «La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia». (Sócrates).

¿Por qué muchas personas opinan de todo sin tener ni idea? La respuesta es el ‘efecto Dunning-Kruger’. Estos investigadores (David y Justín) concluyeron que «cuanto menos sabemos, más creemos saber». Es un sesgo cognitivo según el cual, las personas con menos capacidades y conocimientos tienden a sobreestimar esas mismas capacidades y conocimientos. Quienes padecen el ‘efecto Dunning-Kruger’ no se limitan a dar una opinión ni a sugerir, sino que intentan imponer sus ideas, como si fueran verdades absolutas, haciendo pasar a los demás por ignorantes.

La sociedad de la información la signan las tecnologías de la información y de la comunicación, las cuales juegan un rol importante ante las nuevas realidades que viven las instituciones en lo concerniente a las actividades de docencia, extensión, investigación y gestión; (y) con relación a su posibilidad y capacidad de almacenar, transformar, acceder y difundir información, donde el talento humano es factor fundamental, para el cual se deben promover procesos de aprendizaje permanente que permitan modificar los hábitos de trabajo y conduzcan a enfrentar con éxito los desafíos presentes y futuros.

En cambio, los reduccionismos y determinismos tecnológicos que fundamentan este proyecto conducen a una especie de totalitarismo tecnológico que más allá del uso instrumental de ciertas tecnologías para ejercer controles policivos tanto en el mundo presencial como en el virtual, se refiere a la imposición de un modelo único de tecnologías de la comunicación e información (TIC) y a la generación de un modelo de producción de subjetividades tecnológicas.

Por último, en la sociedad de la información, la acción comunicativa y el conjunto de los medios de comunicación de masas (los media) adquieren un renovado papel decisivo en el proceso de construcción del poder. Puesto que los discursos se generan, difunden, debaten, internalizan e incorporan a la acción humana, en el ámbito de la comunicación socializada en torno a las redes locales-globales de comunicación, las redes de comunicación y nuestra actuación en y a partir de ellas, resultará clave en la definición de las relaciones de poder en nuestros días.

Según lo anterior, se puede afirmar que la sociedad de la información ha ocasionado una dependencia tecnológica en las personas, las cuales han transformado su naturaleza y ha provocado una fuerte subordinación, así como un cambio de hábitos en la vida diaria del ser humano. Esto ha derivado en la aparición de una nueva cultura informática que no respeta fronteras y conduce a un mundo diferente e informado con la incorporación de las TIC y su principal insumo: la información, integrada a la vida cotidiana y generadora de poder.

Finalmente, la tecnología actual nos permite expresar toda clase de barbaridades, absurdos, sesgos e incluso ofensas e insultos hacia otras personas, amparándose en nombres falsos, lo cual es la bajeza más rastrera de todas las que utiliza el ignorante, pues, consciente de su debilidad, teme quedar en evidencia y para ello se oculta.

(*) Alfonso J. Palacios Echeverría

 

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