Que lo motive a estudiar
y a encontrar estos
maravillosos animalitos.
Estaba a punto
de sufrir una severa hipotermia en el sitio conocido como Las Flores (kilómetro
12; 3155 m sobre el nivel del mar), camino al viejo albergue del Cerro
Chirripó, (3821,25 m sobre el nivel del mar), en julio de1995. Se lo contaré
más adelante.
Me salvé quizás
de morir esa vez, por lo que pasó en el interior de una pequeña caverna, que
pasa inadvertida para la mayoría de los senderistas, excepto para los que buscan agua
Era mi primer
ascenso a dicha montaña; antes no había subido a nada más alto que el Volcán
Irazú, y en carro. Preparación nada, ¿Qué va a tener un profesor universitario
en ese momento, más que la única caminata de un lado a otro de la pizarra y a
veces, por las gradas centrales, en el auditorio (01) del edificio de Física y
Matemática de la U.C.R.? Solo entusiasmo que me contagió mi acompañante mucho
más joven (Yadira), quien ya había hecho el ascenso varias veces, pero quizás
con poca experiencia como guía.
Llevar alimentos
pesados, casi nada deshidratado y, todo me lo cargué a la espada, pues tenía un
excelente salveque de marco obsequio de mi amiga (Carol) de Martha’s Vineyard, Massachusetts.
No recuerdo si
para esa fecha había porteadores, seguro que sí, pero no los contactamos.
Cargué entonces mis cosas personales, los alimentos y quizás algo de mis
compañeros. Los albergues que había en esos días eran chozas para un pequeño
grupo familiar, en realidad un cubo de 4 paredes y techo de lata de zinc y un
piso de madera. Había que llevar todo lo que se necesitara; alimentos, saco de
dormir, ropa de cambio, cocina de gas pequeña y un tanque adicional de repuesto, platos
y cubiertos, todo menos agua.
Se dormía sobre
un tablado compartido para cuatro personas acurrucadas, lo que llamábamos en el
campo, un tabanco. Había una pequeñísima mesa para cocinar y comer, dos
taburetes (debe alternar para usarlos) y una pila para lavar trastes.
No recuerdo como
era el baño ni el servicio sanitario, si estaban adentro, en un cuartito
separado, o a la intemperie. Se contaba el chiste de que, si salías a orinar en
la noche, sonaría como pequeñitos cubitos de hielo recién sacados del
congelador.
Viajamos en mi
carro (Toyota 57879), Yadira, su hijo (Diego) y yo.
Llegamos de
noche a San Gerardo de Rivas en Pérez Zeledón, porque salimos de San
José a las 13:00, pues yo tenía una clase de 9 a 11. Sin reservación, por
suerte encontramos un pequeño hotel abierto, que tenía por mera casualidad una
habitación disponible. No había mucha demanda en ese tiempo.
No pudimos
registrarnos previamente con Guardaparques, sino hasta el otro día a las 7 de
la mañana, cuando abrieron la oficina. En ese entonces no había un cupo
limitado para ascender el cerro, si había espacio se podía, si no, pues mejor
suerte para la próxima. Sólo se necesitaba el registro en San Gerardo y la
confirmación de arriba, supongo que por radio (no era la época de teléfono
celular) con el puesto superior de Guardaparques, para que estuvieran seguros
de que, al caer la noche, nadie estaría en camino.
Iniciamos la
caminata en El Termómetro a las 8:00, con el sol picando en la cabeza y
la nuca; mal comienzo. Al llegar a Las Cañuelas, (kilómetro diez. 3022 m
de altitud) yo estaba prácticamente fundido, debido al esfuerzo físico de
llevar mucho peso, sin haber entrenado
antes. Decidimos
que mis compañeros, que tenían dos cualidades que yo no poseía: juventud y
entrenamiento constante, seguirían mientras yo descansaría un rato.
Supuestamente los podía alcanzar por Arrepentidos (kilómetro 13; 3183 m
de altitud), o me esperarían en el albergue para
cenar, dormir
para reponer energía y emprender al otro día, la caminata final hasta la cima
(3820 m), como siempre se ha hecho.
Luego seguiré
contándole sobre mi aventura en solitario que, al principio, con el recargue de
energía que me permitió el descanso de media hora, parecía que lograría cumplir
con lo acordado. Pero ahora le diré algo sobre unos bichitos que me salvaron,
de los cuales había estado leyendo durante
el último año, los tardígrados. Los tardígrados reales son animales de
ocho patas, que habitan fundamentalmente en musgos, líquenes, helechos y, desde
luego en el agua. Fueron descritos por primera vez en 1773 y su nombre significa
paso lento. Su tamaño varía entre 0,05 mm y 0,5 mm, lo que permite verlos con
un microscopio casero, una lupa y a simple vista, depende de su agudeza visual,
si tiene suerte de encontrar alguno. No le quiero contar más para no arruinarle
la visita a los sitios de internet que le indico como referencias al final del cuento.
Reanudo la
narración de mi viaje, con un buen poco de fantasía. “A las 18:00 llegué al
Refugio Natural - Las Flores- (kilómetro 12; 3155 m sobre el nivel del
mar), donde miré la fuente de agua y me dirigí a ella, pues tenía sed. Al
descender unos dos metros observé que, además había una muy pequeña caverna,
cuya entrada está cubierta por flores y helechos. No sé si todos los excursionistas
que suben el cerro Chirripó la han notado, pero para mi suerte de ese día yo
sí. Las otras tres veces que he subido, siempre me detengo un rato y recuerdo
lo que me pasó en ese primer ascenso. Quizás fue un sueño, o viví una fantasía
mágica que me salvó la vida, aunque no creo en ese tipo experiencias fuera de lo
natural.
El frío calaba
mis huesos de brazos, piernas y cabeza con poco pelo. Lo único tibio era mi espalda,
gracias al salveque y su denso contenido, no podría decirles la temperatura,
pero seguro unos pocos grados bajo cero.
Alumbré con el
foco el interior cercano de la caverna y me sedujo lo que me pareció un asiento
de piedra, que parecía había sido esculpido por la corriente de agua del
diminuto riachuelo, durante cientos de años, pensé.
Al sentarme lo
sentí como una combinación entre cuero o vinil y una calientita alfombra persa.
que parecía decirme: -venga descanse aquí, está calientito, duérmase un rato-.
Y lo hice, el
problema es que toda mi ropa estaba empapada por la fuerte lluvia que había
recibido una hora antes, mientras caminaba a lo largo de La Cuesta del Agua
(kilómetro ocho; 2600 m de altitud). No sé si me cambié la ropa, solo que
disfruté ampliamente de esa sauna imaginaria, al
punto de que luego de media hora la sensación de frío había descendido a un
nivel confortable.
Eso es lo único
que recuerdo desde las 18:30, en que miré el reloj por última vez, hasta las
08:00 del día siguiente, cuando dos guardaparques y mis dos compañeros
sonrientes, felices y aliviados del susto e incertidumbre por mi paradero
durante toda la noche, me encontraron calientito, vivito y aún dormido.
Pero lo más
curioso de todo es que, no estaba dentro de la caverna de Las Flores;
dormía sobre una confortable alfombra de colchón de pobre (Lycopodium)
en un playón de uno de los charquitos glaciales del Valle de las Morrenas,
a varios kilómetros de donde supongo que me quedé dormido la noche anterior.
De alguna manera
había sido transportado, ¡inconsciente creo!
Ahora cuando lo
pienso una y otra vez, todo parecería normal para un experto y atlético
excursionista, pero no para mí. No creo haber caminado como sonámbulo toda la
noche, no ver la casa de guardaparques (de seguro tendría las luces apagadas) y
seguir un trayecto con rumbo aleatorio hasta llegar al Valle de las Morrenas,
pero sin mi salveque. ¿Lo dejaría olvidado en un recodo del camino, o me lo quité
intencionalmente porque ya no aguantaba el peso? El esfuerzo realizado habría
sido increíble y tuve mucha suerte. En realidad, no recuerdo nada, excepto este
sueño recurrente que le voy a contar, el cual he tenido durante años, ¡o quizás
fue realidad!
Mi cuerpo se
convertía inexorablemente en un trozo de hielo, con lo que fue un ser vivo
adentro. Pero, de pronto, mi supuesto asiento de piedra alfombrada comenzó a
moverse de una manera extraña, pero agradable. No sentí miedo.
Me pareció que
ese asiento estaba apoyado en dos patas simétricamente dispuestas, que tocaban
el suelo y que se extendían hacia adelante en otras dos patas igualmente
acolchadas, como una muy confortable silla tumbona con apoya piernas, de las
que usted podría usar si quisiera tomar el sol en la explanada del albergue
actual, frente a Crestones.
Al nivel de mi
cintura había otros dos apéndices simétricos, -izquierdo y derecho-, totalmente
acolchados, que me sostenían en la poltrona, como lo hacen los cinturones de
seguridad de los aviones.
Hacia arriba a
nivel del hombro, pero por encima, como saliendo de ambos lados del cuello,
había dos… llamémosles almohadillas bufanda que me sostenían ambos hombros, si
quisiera descansar acostado. Finalmente, algo como un reclina cabezas, que me
daba un masaje adormecedor, muy agradable.
Seguro la última
pieza de confort que me envió a los brazos de Morfeo, pero de una manera
curiosa. Podía ver con mi mente inconsciente, todo lo que pasaba conmigo y a mi
cercano alrededor, como lo haría una cámara que toma un documental siguiendo al
personaje en
primer plano. Estaba viviendo una experiencia onírica, en la que participaban
principalmente mi sentido del equilibrio, además vista, tacto y oído. No
recuerdo ningún sabor particular en mi boca, excepto mi propia saliva, pero sí
un encantador aroma de hojas y flores de lavanda.
Pues resulta que
el tal asiento era un tardígrado gigante, estimo que de unas trescientas veces
el tamaño del bichito real más grande. Había dos más gigantes y supongo que
miles de millones del tamaño normal; es mi única explicación de cómo el piso de
la caverna se movía como si fuera la banda transportadora de pasajeros en un
aeropuerto.
Los tardígrados
habían excavado un túnel cilíndrico como de unos setenta centímetros de
diámetro, por el cual discurría el riachuelo, que se extendía, por así decirlo,
de la estación Las Flores hasta otra estación en uno de los
conglomerados en el Valle de las Morrenas. Creo que había otros dos o
tres ramales a sitios diferentes, todo dentro del Cerro Chirripó; uno a
la Laguna San José; algo así como las líneas del tren metropolitano del
DF en México.
Uno de los
tardígrados gigantes en el interior de la caverna y el de mi asiento, con la
ayuda de los de tamaño regular facilitaban mi movilización disminuyendo el
rozamiento, me cargaron de Flores a Morrenas, un trabajo que les
tomó toda la noche.”
Al bichito no lo
conocía en persona, hasta ahora. Solo una imagen de un tardígrado por Internet,
años después, luego de escribir mi primer cuento de ciencia ficción, en el año
2015, gracias al estímulo de Marie Alvarado y a la publicación del libro
La tinaja de Guaitil y otros cuentos. Recuerdo que durante los
días en que redactábamos estaba estudiando sobre el planeta Marte y me
impresionó una región al Oeste del Valle del Mariner, llamada El
laberinto de la noche y ese fue el título que escogí para otro de mis
cuentos, escrito años después. Como el entusiasmo era mucho, escribí solamente
el título para otro cuento y fue este; Tardígrados
en el Chirripó, que podía referenciar con mis cuatro ascensos a esta cima.
Ahí estuvo
descansando, esperando inspiración, más referencias y tiempo. A veces lo releía
y escribía medio renglón o una página. No se amohíne usted amigo colega
escritor si le sucede lo mismo, ya le llegará el momento. Mi segundo momento de
escribir algo más llegó durante la
pandemia en el
2021, cuando en una sola sentada durante dos días, disfruté la serie Star
Trek Discovery. En la primera temporada, en el episodio 4, aparece Ripper,
un animal parecido a un tardígrado, sólo que super gigante y con cualidades
especiales como navegante espacial.
Vuelvo al final
del cuento y espero que lo poco emocionante que haya resultado, no sea un
factor para que usted pierda interés en estos maravillosos animalitos. De paso
le digo lo que creo sobre el cuero, el vinil y alfombra sobre la que me recosté
era un tardígrado de tamaño extraordinario. Como el gigante proporcional era
unas 500 veces el tamaño real, su peso sería unos 125 millones de veces más,
pero la fortaleza de sus patas y el cuerpo solo sería 250 000 veces más fuerte. Quizás por eso
su estructura externa mutó a una especie de queratina más fuerte, con
apariencia de cuero vinil y tejido de lana, en vez de continuar como un gel,
menos resistente.
Cuando regresamos los cinco a la Base Crestones, resultó la última sorpresa. Mi salveque estaba allí intacto y como esperando que su carga fuera usada, yo tenía mucha hambre.
De seguro siguen allí, en el Chirripó, esperándolo a usted.
¿Qué pasó? Pues simplemente que Analí Núñez, la única mujer porteadora en esos días, ayudada por una mula, trabajaba cuando el sendero estaba en buenas condiciones, lo encontró en la fuente de agua de Las Flores y lo cargó hasta la cima. Lástima que no la volví a ver en mis siguientes viajes, ni a los bichitos que me salvaron. Los he buscado en cada liquen, hongo y charquito, pero nada.
Quizás los tardígrados siguen en el Chirripó, esperándolo a usted.