María Luisa Villalobos Morales murió en San Rafael Abajo de
Desamparados, el 20 de abril de 2009 y nació en Naranjo de Alajuela el 21 de
junio de 1918, su padre Dolores y su madre Argimida.
Yo nací en 1943. Uno de mis primeros recuerdos es la ropa que con cariño
confeccionaron para mí, mamá y mis tías. Durante mis primeros años, mi mamá y
mis tías tenían un taller de costura, en un local frente al costado Oeste del Mercado
de Naranjo.
En 1950 mamá contrajo matrimonio con Eulalio Romero Lagos, un hondureño,
vecino de Comayagüela, cerca de Tegucigalpa.
Eulalio era un pintor de casas y rotulista, también tenía
conocimientos de barbería. Tuvo una en Naranjo, que por un tiempo le quitó buena
clientela al barbero histórico del pueblo, Matías Alfaro Córdoba, a mí me cortó
el cabello varias veces.
Eulalio también era un carpintero, una vez construyó
una mesa de tabloncillo de piso, de unos 50 cm de alto, con sus
respectivos bancos en disminución, para mí, Laura, Adolfo y Francisco. Para mis
hermanos el peso de esos muebles estaba totalmente fuera de su capacidad,
supongo que a la mesa se le podía subir un Volkswagen escarabajo y lo aguantaba.
En principio la idea estaba bien, para que los niños pudiésemos comer al mismo
tiempo que los adultos, sin estar sentados a la mesa principal, él, mamá y mi abuelo.
El 19 de julio de 1952 nació mi hermana Laura. Cuando tenía como un año, más o
menos, vivimos en Guadalupe de Goicoechea, en una casa 25 m al Sur de la “Pulpería La Noche Buena”.
En ese año
hice buena parte de mi segundo grado en la Escuela Pilar Jiménez, recuerdo que en el "cuaderno de vida" había que escribir con tinta, usando una pluma de manguillo de las llamadas
zopilotas y había que llevar un tintero y un secante para la pluma. Mi mamá me
hizo uno con unas capas de tela absorbente unidos entre sí con un
botón.
En esa época había aún carretones (tirados por un caballo)
que halaban carga entre San José y Guadalupe, el papá de uno de mis compañeros
tenía uno y una vez nos dió un paseo, alrededor de la cuadra.
Mi mamá creo que fue una mujer sufrida, no muy afortunada en
su matrimonio, no tuvo las comodidades que algunos de sus hijos ahora tenemos.
Aguantadora, callada, de trabajo, pero con buena salud casi hasta el final, cualidad
que espero heredar.
Varias veces compró una maquina Singer y hasta una Pfaff, para su trabajo de costura, creo que algunas
las perdió para subsanar una necesidad económica
apremiante.
Recuerdo haberla visto cortando docenas de piezas de “abriguitos”,
“baberos”, “piyamas”, “mamelucos” o “delantales”, para el taller de costura del
Bazar Celeste, en Naranjo.
También comprando con dificultad hilo, zíper y botones para el
vestido de una cliente, apurarse a concluirlo y a entregarlo para recibir una
platita y comprar comida, quizá unos 15 colones en 1959, y este cliente poco
considerado le dijo “doña Luisa, el
sábado paso a pagarle”.
Por suerte con el trabajo fijo de cortadora, al menos pagado a tiempo, otros trabajitos
de costura y la ayuda casi constante de mis tres tías, pudimos sobrevivir la
etapa en que los hermanos aún no teníamos edad ni capacitación para trabajar y
contribuir.
Es posible que no tuviéramos la ropa ni los útiles
escolares, ni las oportunidades de recreación, que tuvieran los chiquillos de
otras familias, pero no puedo decir que pasáramos hambre, al menos siempre hubo
arroz, frijoles, plátanos, algún chayote, un huevo y a veces un bistec. Todo esto lo
logró mi mamá a puro esfuerzo y trabajo.
En otra oportunidad les contaré más sobre mi mamá, a partit de cuando vivimos en San José, de 1969 en adelante.
Mi mamá tendría hoy cien años, tres meses y nueve días, y si estuviese viva, de seguro que habría celebrado hoy el día del adulto mayor.