Deifilia Villalobos Morales
siempre fue una experta bordadora con hilos de colores, usando una máquina de
coser. Bordaba blusas típicas, cintas para carreras de caballos y para primera
comunión, marcaba ropa de cama, paños y pañuelos. Desde luego también fue una
experta modista. Tomó un curso de costura en una academia en San José, pero
cuando el taller era de las hermanas Villalobos, lo grueso de la confección se
lo dejaba a mi mamá.
Yo conocí a Efraín Vargas, es esposo de mi tía Deifilia, en un viaje que hice a Limón, me cayó bien desde el principio y yo también a él. Era delgado, alto, blanco, esbelto, con un bigote bien cuidado, tipo Luis Aguilar. En esa época trabajaba en Batán (25 millas) en una plantación de abacá, pero resultó que era vecino de San Jerónimo de Naranjo, hijo de Lino Vargas y Pacífica Arrieta. Había estado en la Escuela Militar en Guadalupe posiblemente en los años previos a la revolución del 48. Tenía unos manuales de uso de ametralladoras y otras armas que me fascinaba leer y releer.
Como al año de casados, Deifilia y Efraín compraron, supongo que, a crédito, el Bazar Celeste, que entonces era propiedad de Fernando Blanco. Al principio solo era un bazar, pasamanería y taller de costura. Luego se compraron más máquinas y se contrataron varias empleadas; Rosita Marín, Aidee Arroyo, Amparo Gonzalo, Irma Barrientos, Aída y Alida Morera. Además, Leticia, una dulce viuda que trabajaba mitad en la cocina y mitad en la tienda.
Recuerdo que en el taller se confeccionaba una buena cantidad de vestidos y Efraín salía a venderlos, como “polaco”, con dos grandes valijas, a la zona sur de nuestro país. Creo que le iba bien, porque regresaba sin mercadería, con dinero y con pedidos. Además traía algunos “delicatesen” del momento, como tarros de frutas, “V-8”, pasas, ciruelas, etc.
Luego, al Bazar vinieron telas, joyería, ropa de las fábricas de San José, “pasitos” de una fábrica en Alajuela, casi de todo se conseguía allí.
Yo aprendí a vender hilos y zíper del color que me pidieran, a pesar de mi daltonismo, o falta de instrucción (en casa de herrero,…), usando el truco de acercar la muestra a los hilos y dejar que el cliente tomara la decisión. Eso sí cuando me pedían verbalmente un color, siempre le dejaba el cliente a las otras empleadas. Aprendí a forrar botones con troqueles y a forrar hebillas con ‘gutapercha’.
Ya en el colegio y en la universidad, Efraín y Deifilia tuvieron confianza para que yo manejara la caja registradora cuando ayudaba los sábados y domingos. También recibía y anotaba pagos en facturas a crédito que se guardaban en un archivo tipo acordeón y a hacerles recibos a los clientes.
Efraín siempre estaba de buen humor, contaba cuentos, inventaba historias, relataba algunas “getonadas” pero lo que más le gustaba era inventar y contar chistes. Recuerdo el del “líquido perlático de la consorte del toro”, y el del cliente, algo cursi, que quería “tela de army color mierdi” y desde luego muchos otros con buen picante.
Luego yo me fui por tres años a Texas, pero cuando regresé me recibieron como un hijo, viví un tiempo en su casa, me permitían manejar el carro y hasta me prestaron uno, cierta vez en año nuevo para ir y venir a San José. Mi tía Deifilia siempre me apoyó con cariño, alguna platita, ropa de la tienda y acogiéndome en su casa, siempre que hubo ocasión. Más o menos hizo lo mismo con otros sobrinos, como Laura, Hilda y Jorge.
Deifilia nació en Naranjo, Alajuela el 10 de
setiembre de 1920 y murió el 23 de julio de 1993.
Yo conocí a Efraín Vargas, es esposo de mi tía Deifilia, en un viaje que hice a Limón, me cayó bien desde el principio y yo también a él. Era delgado, alto, blanco, esbelto, con un bigote bien cuidado, tipo Luis Aguilar. En esa época trabajaba en Batán (25 millas) en una plantación de abacá, pero resultó que era vecino de San Jerónimo de Naranjo, hijo de Lino Vargas y Pacífica Arrieta. Había estado en la Escuela Militar en Guadalupe posiblemente en los años previos a la revolución del 48. Tenía unos manuales de uso de ametralladoras y otras armas que me fascinaba leer y releer.
Como al año de casados, Deifilia y Efraín compraron, supongo que, a crédito, el Bazar Celeste, que entonces era propiedad de Fernando Blanco. Al principio solo era un bazar, pasamanería y taller de costura. Luego se compraron más máquinas y se contrataron varias empleadas; Rosita Marín, Aidee Arroyo, Amparo Gonzalo, Irma Barrientos, Aída y Alida Morera. Además, Leticia, una dulce viuda que trabajaba mitad en la cocina y mitad en la tienda.
Recuerdo que en el taller se confeccionaba una buena cantidad de vestidos y Efraín salía a venderlos, como “polaco”, con dos grandes valijas, a la zona sur de nuestro país. Creo que le iba bien, porque regresaba sin mercadería, con dinero y con pedidos. Además traía algunos “delicatesen” del momento, como tarros de frutas, “V-8”, pasas, ciruelas, etc.
Luego, al Bazar vinieron telas, joyería, ropa de las fábricas de San José, “pasitos” de una fábrica en Alajuela, casi de todo se conseguía allí.
Yo aprendí a vender hilos y zíper del color que me pidieran, a pesar de mi daltonismo, o falta de instrucción (en casa de herrero,…), usando el truco de acercar la muestra a los hilos y dejar que el cliente tomara la decisión. Eso sí cuando me pedían verbalmente un color, siempre le dejaba el cliente a las otras empleadas. Aprendí a forrar botones con troqueles y a forrar hebillas con ‘gutapercha’.
Ya en el colegio y en la universidad, Efraín y Deifilia tuvieron confianza para que yo manejara la caja registradora cuando ayudaba los sábados y domingos. También recibía y anotaba pagos en facturas a crédito que se guardaban en un archivo tipo acordeón y a hacerles recibos a los clientes.
Efraín siempre estaba de buen humor, contaba cuentos, inventaba historias, relataba algunas “getonadas” pero lo que más le gustaba era inventar y contar chistes. Recuerdo el del “líquido perlático de la consorte del toro”, y el del cliente, algo cursi, que quería “tela de army color mierdi” y desde luego muchos otros con buen picante.
Luego yo me fui por tres años a Texas, pero cuando regresé me recibieron como un hijo, viví un tiempo en su casa, me permitían manejar el carro y hasta me prestaron uno, cierta vez en año nuevo para ir y venir a San José. Mi tía Deifilia siempre me apoyó con cariño, alguna platita, ropa de la tienda y acogiéndome en su casa, siempre que hubo ocasión. Más o menos hizo lo mismo con otros sobrinos, como Laura, Hilda y Jorge.
Los Vargas-Villalobos comenzaron viviendo en la casa de mi
abuelo en Pueblo Nuevo, luego en la parte trasera del Bazar Celeste, que estuvo
mucho tiempo al costado norte de la cuadra frente al Mercado de Naranjo y que algún
tiempo después sufrió un incendio total. Luego se pasaron a la casa que ese
tiempo quedaba frente a la antigua cárcel y luego los bomberos de Naranjo, donde
actualmente vive Efraín.
Recuerdo que en esa casa siempre había una lora, creo que herencia de la mamá de Efraín (doña Pacífica Arrieta). Deifilia siempre disfrutó de la lora y la enseñó a hablar y hasta cantar. Con Liliette y mis hijos visitábamos mucho esa casa, donde siempre nos recibieron con mucho cariño y, desde luego, la lora, tanto que una vez mi hijo Javier se refirió a mi tía de una manera cariñoso como “tía lorilia”.
Recuerdo que en esa casa siempre había una lora, creo que herencia de la mamá de Efraín (doña Pacífica Arrieta). Deifilia siempre disfrutó de la lora y la enseñó a hablar y hasta cantar. Con Liliette y mis hijos visitábamos mucho esa casa, donde siempre nos recibieron con mucho cariño y, desde luego, la lora, tanto que una vez mi hijo Javier se refirió a mi tía de una manera cariñoso como “tía lorilia”.
Con Bernal, Marco Vinicio y Luis Roberto siempre tuve
muy buena amistad, a pesar de nuestra diferencia de Edad. A Bernal lo visité en
Guadalajara cuando estudiaba arquitectura.
Marco Vinicio le regaló “Cuqui” a Ricardo, una diminuta pequinesa que se escondía baja el refrigerado de la casa, y se la habían dado como pago de un trabajo veterinario. Hace un año me recibió muy bien en su casa de San Isidro de Peñas Blancas.
Marco Vinicio le regaló “Cuqui” a Ricardo, una diminuta pequinesa que se escondía baja el refrigerado de la casa, y se la habían dado como pago de un trabajo veterinario. Hace un año me recibió muy bien en su casa de San Isidro de Peñas Blancas.
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